Hay autores cuyas vidas son fáciles de leer a quienes son avezados en habilidades detectivescas y psicológicas, puesto que, partiendo del hecho de que la utilización de las imágenes, así como demás recursos literarios, son una representación metafórica de la interpretación personal que cada uno hace (o hizo, según sea el caso) del mundo exterior, todos cuantos nos dedicamos a escribir nos convertimos en libros abiertos.
Siguiendo éstas pistas, interpretándolas, es que los expertos pueden perfilar personalidades, intuir ideologías, percibir estados de ánimo o alteraciones de la conciencia e incluso esclarecer, cuando existen dudas acerca del origen, autorías o sembrar razonables dudas.
Es a partir de tal análisis que muchos pueden casi asegurar que: tanto la Iliada como la Odisea no pudieron haber sido escritas por el mismo Homero; que en los últimos textos de Aristóteles se perciben notables diferencias con las ideas de los primeros, lo cual orilla a pensar que tampoco se trata del mismo personaje; que el Juan del evangelio bíblico es uno distinto al del Apocalipsis; que en la obra de William Shakespeare hay ciertas claves que recuerdan notablemente al estilo de su contemporáneo el poeta y dramaturgo Christopher Marlowe así como a otros personajes de la época, lo cual a puesto a debate para algunos la existencia misma del Bardo; en tanto que en las populares novelas de otro ingles, Lewis Carroll, Alicia en el país de las maravillas y Alicia a través del espejo hay quienes han visto el rastro de cierta experimentación con substancias alucinógenas al momento de escribirlas.